Guerra comercial: ¿juego de suma cero?
Claudio Soto Economista jefe de Banco Santander
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Claudio Soto
La guerra comercial entre China y Estados Unidos ha vuelto a subir de tono, con la concreción del alza hasta 25% de los aranceles que se aplican a buena parte de las importaciones desde el gigante asiático, y la posterior represalia china. Los mercados reaccionaron con importantes caídas bursátiles y reducciones en las tasas de interés de largo plazo, previendo un impacto negativo en la actividad de las principales economías.
Las tensiones tendieron a aflojar hacia fines de la semana pasada, cuando el gobierno de Trump anunció el aplazamiento de la vigencia arancelaria a los automóviles provenientes de Europa y Japón, y una posible reducción a las tarifas al acero de México y Canadá. Con todo, se ha roto la racha de optimismo que se había instalado en los últimos dos meses. Además, se ha inflingido un daño muy profundo a la Organización Mundial del Comercio (OMC), que es precisamente el ente llamado a resolver las disputas en estas materias.
Detrás de estas tensiones coexisten intereses cruzados y visiones particulares respecto del funcionamiento de la economía. Por lo mismo, hay a lo menos dos ángulos para analizar este conflicto y sus perspectivas.
Una visión sobre el desarrollo futuro de la relación entre ambos países apunta a que tarde o temprano llegarán a algún tipo de acercamiento que permitiría mantener flujos comerciales dinámicos. Bajo este prisma, lo que ha hecho el gobierno norteamericano con la aplicación de las tarifas es simplemente buscar una mejor posición negociadora de cara a un acuerdo para forzar una mayor apertura china y lograr una relación más balanceada. Una perspectiva menos optimista es que las tarifas, más que una herramienta de presión, son un fin en sí mismas. En la vieja doctrina mercantilista -que tuvo su apogeo en los siglos XVII y XVIII- las relaciones comerciales son juegos de suma cero: lo que pierde un país, lo gana el otro. De acuerdo a esta visión, el desarrollo de los países pasa por generar superávit comerciales, para lo cual es necesario cerrar las economías y así frenar las imporaciones.
Mucha de la comunicación reciente de la Casa Blanca apunta precisamente en esa dirección. De hecho, Trump ha señalado en diversos tweets su satisfacción por el “éxito” de su estrategia comercial, que se habría reflejado en los sólidos datos de empleo de la economía nortemericana y en la reducción del déficit bilateral con China.
Lo anterior se da en un contexto donde ha habido una ola de cuestionamientos a los procesos de integración y a la globalización. El reciente debate que se ha sucitado en nuestro país respecto del TPP11 es reflejo de esa desconfianza.
Lamentablemente, lo que sabemos es que el proteccionismo es una receta para el estancamiento. Ya en los años 30, el gobierno de Hoover desoyó a más de 1.000 economistas que señalaron en todos los tonos que la escalada arancelaria que él inició en respuesta al crash bursátil traería consecuencias nefastas. Y lo que ocurrió fue que esas medidas (y contramedidas aplicadas por los socios comerciales) redundaron en una profundización de la gran depresión de aquellos años. En nuestra región, la experiencia del “desarrollo hacia adentro”, con altos niveles de protección a la industria nacional y freno a las importaciones de los años 50 y 60, tampoco fue exitosa.
En el caso del conflicto entre China y Estados Unidos aún es temprano para saber cuál de las dos visiones prevalecerá. Esperemos que los halcones norteamericanos entiendan que el proteccionismo no es un juego de suma cero, sino que de suma negativa.